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miércoles, 18 de mayo de 2016

Palabra

La palabra puede cambiar el mundo, ese que nos rodea, el que nos parece tan real. Pero también el que no vemos, el que está invisible, escondido, allí dentro de uno.
La palabra puede partirlo todo en mil pedazos: una palabra y todo lo que era ya no es; una palabra y todo lo que no era edifica un nuevo comienzo. Un puñado de ellas mal arrojadas al viento pueden regresar como flechas fuera de control, pero también pueden ser dirigidas con la precisión que solo tienen las mejores armas.
A veces, todos somos sus sirvientes, incluso cuando las declaramos prescindibles, porque entonces, recelosas, llenan de angustias el camino, lo anegan tanto que no permiten el andar. La palabra, cuando quiere, es como un déspota convencido: nadie escapa a su designio caprichoso. Pero, no hay grito libertario, sin ella, ni revolución, ni renacimiento.
Por eso el poder se las apropia: para resignificarlas y volverlas inofensivas. Aunque, entonces, nacen otras con más fuerza. Esa es justamente su magia. Esa es, justamente, su capacidad de convertirse en flor.
Y así es que, muerte y vida, tristeza y alegría, amor y olvido, caen bajo su influjo. Y así es que vamos muriendo un poco, cuando las decimos buscando renacer.

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